Mario sonreía bajo la almohada de su cama. Al fondo escuchaba débilmente la conversación de sus padres con la televisión de fondo. Creía escuchar su nombre una y otra vez, estaban hablando del «cole», se les había metido en la cabeza que tenía que cambiar de colegio a sus siete años. ¡Qué inconscientes! ¿Cómo iba a poder vivir sin sus amigos? En fin, mañana lloraría un poco nada más levantarse para dejar clara su oposición a semejante afrenta. Ahora tenía cosas más importantes en las que pensar. Había llegado la hora.
Sigilosamente, bajó de la cama, como hacía cada noche a esa hora y se metió debajo de la mesita de estudios. Cualquiera que viera lo que en ese momento acontecía no podría menos que quedarse con la boca abierta durante un buen rato, seguramente volviendo a su cama para despertarse del sueño que acababa de presenciar.
Mario hizo un ademán en el aire de girar una llave invisible a la vez que tiraba del pomo de una puerta que no estaba allí para dar un paso hacia adelante y… ¡desaparecer contra el fondo de la pared!
No había tiempo que perder. Hoy sabía que lo que tenía que hacer, lo tenía que hacer rápido. Inició su marcha por un sendero serpenteante para girar en la primera intersección hacia la derecha, seguir recto y terminar volviendo a girar a la derecha hasta llegar a una construcción hecha de plumas de mil colores que tenía un amplio y luminoso letrero encima de la puerta: Diplomaturas Varias.
Un poco fatigado por la caminata, Mario se dirigió al lateral de la casa de las diplomaturas para encontrarse a un canguro con guantes y botas de cuero, bebiendo de una botella circular un colorido líquido que enseguida identificó como «Wsabi», el riquísimo elixir que permitía descansar sin necesidad de dormir.
– Hola Gong.- Saludo cordialmente Mario. – ¿Tienes un poco de Wsabi para mi? Hoy tengo que irme corriendo a casa, mi madre me dijo que vendría a ver como estaba antes de ir a la cama.
– Gong. – Respondió el canguro, acercándole un pequeño recipiente, similar al que estaba utilizando el.
Gong era toda respuesta que cualquiera que no fuera niño podía oír de aquel canguro encorsetado en guantes y botas de cuero, pero sus palabras siempre tenían otro significado para Mario. – Por supuesto, ¿que tal ha ido el día, Mario? – fue lo que el niño escuchó.
– Bien, pero tengo un problema. Mi padre anda un poco mosqueado porque todavía no le han dado los trofeos que le prometí. ¿Te acuerdas que ganó el trofeo al mejor padre del mundo, y el trofeo al que mejor cuidaba del mundo?
El canguro meneo ligeramente la cabeza al tiempo que lanzaba un breve suspiro y dijo: – Gong – que en realidad fue como decir: – Ayyyyy, los Trumplers que impacientes son, no saben que las cosas llevan su tiempo, piensan que todo tiene que ser ya, pues no, un trofeo se tiene que pensar, diseñar y construir. Aquí se trabaja con las manos, no con herramientas extrañas que hacen las cosas rápido y mal. Las cosas bien hechas, se tardan en construir. En fin, no te preocupes Mario, aviso a Cuala para que los termine antes de la fiesta de los saltos con los ojos cerrados.
¡La fiesta de los saltos con los ojos cerrados! Casi se le olvidaba. Miles de niños saltando a la vez, con los ojos cerrados, sobre unas bolitas de plástico rellenas de aire de colores que explotaban a cada salto, lanzando miles de increíbles arcoíris hacia el cielo del mundo invisible. Mañana sin falta tenía que practicar, en cuanto me levante, a saltar encima de la cama, pensó Mario.
– Genial Gong, dejame un mensaje en mi buzón en cuanto Cuala termine con los trofeos. – Cuala era el encargado de recoger de la imaginación de los niños los trofeos que ofrecían a sus padres y hacerlos con sus propias manos, lo cual era una tarea difícil y complicada porque Cuala era un cerdito que en vez de manos tenía patas y en vez de dedos… pezuñas. Las cosas en el mundo invisible llevaban su tiempo, sobre todo, cuando Cuala era el encargado de hacerlas. Y casi siempre era él el encargado de las cosas de los Trumplers, los padres de los niños que sabían que había un mundo invisible pero que no se lo acababan de creer del todo a pesar de que todos los días cuando llevaban a sus hijos al cole, estos les contaban sus aventuras nocturnas.
– Gong. -Dijo Gong. Que significó para Mario: No te preocupes, en cuanto sepa algo de Cuala te dejo un mensaje en el buzón para que puedas tranquilizar a tu PaTrumpler (padre trumpler), por cierto, acuérdate de darle un beso a él y a tu MaTrumpler (madre tumpler) de mi parte, diles que tengo muchas ganas de conocerles.
– Así lo haré – dijo Mario – Muchas gracias.
Corriendo porque se le estaba haciendo tarde, Mario volvió por el mismo camino hasta llegar a la puerta invisible, el lugar donde todos los niños vuelven a sus habitaciones. Después de saludar y despedirse de Aguijón, la lagartija con nariz, ejem… digamos que un poco grande, Mario entró por la puerta para regresar a su habitación y meterse rápidamente en la cama en el momento en el que su MaTrumpler y su PaTrumpler, digo su madre y su padre, entraban a arroparle y darle el último beso de buenas noches.
Al agacharse en la oscuridad a la cama del niño, suspiraron encantados de ver como Mario dormía profundamente con una amplia sonrisa en su boca. Mañana les contaría su encuentro con Gong y se divertirán mucho con las increíbles ocurrencias de su padre sobre el mundo invisible. Ayyyy, Mario está convencido de que no le acaba de creer del todo.
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