Mientras este país se resquebraja por todos lados, nuestros hijos, ajenos a todo, juegan felices y disfrutan de sus pequeños momentos. Nada les perturba, cualquier cosa les divierte. Protegidos por su entorno familiar no alcanzan a ver lo que está sucediendo, no entienden que sus padres están dilapidando su futuro. Ellos cogen cualquier cosita y son felices aunque a su alrededor las cosas pinten negras.
Los que son más pequeñitos tardarán unos años en incorporarse al sistema educativo. Allí se encontrarán con una herencia de conservadurismo y una ausencia de modelos de enseñanza acordes con los tiempos que vivimos y acordes con un «teórico» país europeo. Se encontrarán también dentro de unos años con una enseñanza, que lejos de invertir en mejorar su futuro, el de todos nosotros como país, impondrá recortes en sus derechos fundamentales, porque para un niño español es fundamental que la calidad educativa sea equiparable a la de los países de nuestro entorno. Seamos todos consecuentes: no será así porque sus padres lo permitieron.
Cuando hayan terminado sus mediocres carreras, saldrán al mercado laboral con mucha menor preparación que la mayoría de los jóvenes europeos y saldrán sin ningún ánimo de emprender, porque seguimos empeñados en ser el país de los funcionarios, de los que se apoltronan en su silla y aquí no vale lo de «el que fue a Sevilla». Quien apueste por si mismo lo tendrá crudo. No habrá ayudas, no habrá información, no habrá empuje. Algo así como lo que pasa ahora pero acrecentado por lo bien que vamos a educarles en los próximos años.
Ahora tampoco son conscientes del problema sanitario que crece con cada desinversión, con cada recorte. Hoy en día ir a urgencias en algunas comunidades es una experiencia tan agradable como que te peguen una paliza un nutrido grupo de delincuentes, nuestro sistema se empieza a colapsar y nuestra respuesta es recortar, quitar, desinvertir. Ellos todavía no lo entienden, pero sus padres les legaran con mucha seguridad uno de los sistemas sanitarios más desastrosos de nuestro entorno.
Y que dirán de la riqueza económica que tendrán a su alrededor. No, no me refiero a la de Francia, Reino Unido, Alemania, Países Bajos y demás, me refiero a la que pueda generar su país, España, ese que en algún momento fue un país que recogía mano de obra de terceros países y que poco a poco vuelve a ser, como antaño, un país exportador de recursos humanos hacia el exterior. ¿Qué será de nosotros en un entorno tecnológico como el que nos envuelve? Lejos de invertir aquí o allá, todavía estamos en fase de «uyyy, un teléfono sin teclas no, que no voy a saber manejarlo«. A veces pienso que nuestros hijos llegarán a pensar algún día que sus padres fueron un poco «especiales».
Ellos nos quieren con locura y devoción, a pesar de que les estamos «jodiendo» su futuro, a pesar de que estamos llevando entre todos a la mierda a este país. No nos juzgan -de momento-, pero ello no es óbice para que nosotros lo tengamos claro: «papa, mama, tía, tío, abuelo y abuela están hipotecando tu futuro hija, mientras tanto tu sigue feliz, que no sabes la que te espera«.
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