Nuestra civilizada sociedad vive en la inopia a veces si y otras casi que también. Consumimos y no llegamos -o no queremos llegar- a ver más allá de nuestros ombligos. El domingo por la noche agonizaba los últimos momentos del fin de semana, tumbado en el sofá viendo la película de la primera. Por cierto, que placer ver una película sin interrupciones publicitarias.
La película en cuestión era Diamante de Sangre (The Blood Diamond), de Edward Zwick, protagonizada por Leonardo DiCaprio, Jennifer Connelly y Djimon Hounsou. Cuenta la historia que hay por detrás de las joyas que ostentosamente ponemos en nuestros cuerpos, sin pensar de donde proceden o cual ha sido el precio a pagar en vidas humanas para que luzcamos tan hermosos y hermosas en nuestra opulenta sociedad. En el año 1999, Sierra Leona consumida por la guerra civil, es un campo de experimentación para descubrir quien comete las mayores atrocidades con la población y así conseguir el poder y la distribución de tan preciada piedra.
Es entretenida, si eres de los que tienen escrúpulos para ver como se mutila y diezma una población en aras de la inconciencia, el dinero y el poder. También es una película con muchos tintes realistas en los que se afronta la verdadera situación de muchos países africanos, en los que las guerras y las matanzas -étnicas, partidistas o por que me da la gana- se han sucedido ante la mirada impasible en la mayoría de los casos de este mundo llamado civilizado. En la mayoría de los casos, incluso, muchas partes de este mundo llamado civilizado, han sido las que han propiciado, auspiciado y empujado las atrocidades por todos conocidas y casi por todos olvidadas. Que tan desalmados no somos oigan, y el olvido es una sutil forma de pensar que las cosas no ocurrieron.
Bien es cierto, que como apuntilla la película a su final, el proceso de Kimberley, vino a poner algo de cordura a tan lamentable situación, pero no pensemos que aquello acabó allí. África ha sido teñida de sangre en mil y una ocasión. Como muchas películas recuerdan, esta incluida, «Dios huyó hace tiempo del continente«, una frase fácil para obviar que la codicia humana es la causante de tantas y tantas atrocidades.
Tampoco olvidemos que buena parte de los productos que consumimos, no tan elitistas en este caso como los diamantes, son producidos en países que respetan los derechos humanos como nosotros respetamos a nuestros semejantes que languidecen en las calles muertos de frío, sin trabajo, sin comida y al margen de nuestra «civilizada» sociedad. Que en esta película no hay buenos conocidos, ¿saben? China, India, Tailandia… personas trabajando de sol a sol por algún miserable euro, niños explotados hasta límites que no queremos conocer… todo ello para que nosotros podamos seguir con nuestro «desarrollo». Miremos hacia otro lado que, como decía antes, el olvido hará que las cosas que ocurrieron no ocurrieran.
Y para que no todo sea mal sabor de boca de cara al pobre incauto que haya llegado a leer hasta aquí, les dejo una canción para amenizar y para olvidar, Perlas Ensangrentadas de Alaska y compañía, que por cierto, están de promoción de nuevo disco. Lástima que ya no se hagan canciones así, la SGAE no tendría razón de ser. Claro que eso es otra historia.
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