Es curioso como en una rama como es la medicina haya momentos en los que no prime la ciencia, ni siquiera las recomendaciones de la Organización Mundial para la Salud, quedando ceñidos a protocolos diversos de dudosa consistencia. La atención al parto es una de esas cosas que han dejado de pertenecer a la ciencia en muchos -la mayoría- de nuestros hospitales. Se impone ahora un proceso de cambio, porque los propios protagonistas son conscientes de su mal hacer, pero mientras tanto, son miles de mujeres las que soportan métodos sin sentido que desembocan en penosas experiencias que marcan de por vida. No en nombre de la ciencia, sino de los protocolos establecidos para la comodidad y la salvaguarda de intereses varios de los centros hospitalarios.
Me encuentro hoy este viejo poema del pediatra Carlos González, titulado El huevo y la gallina (1.998) que con una pequeña fábula nos recuerda que el parto es suyo, no de ellos.
Picoteaba un día una gallina entre unos desperdicios de cocina, cuando le sobrevino un deseo urgente de alzar la vista al frente y caminar con paso vacilante (el cuello para atrás y para adelante) hacia un montón de paja allí dispuesto.
Cacarea, se sienta, se menea, pica, repica, suplica, tuerce el gesto, se levanta, se vuelve, cacarea, puja, empuja, apretuja y pone un huevo.
Un gato, que de todo fue testigo (aunque el suceso no era nada nuevo) reflexiona, lamiéndose el ombligo: “¡A las puertas del siglo XXI, y que aun pongan los huevos de uno en uno!”
No alcanza a comprender su alma felina que una simple gallina, no sabiendo de ciencia ni de oficio, sin el auxilio de gente preparada, ni acceso al beneficio de la moderna técnica avanzada esté a poner un huevo autorizada.
Se acerca el gato a un perro que dormita al sol junto al corral y al oído unas frases le musita en tono coloquial: “¿Se ha fijado, colega, en cómo pone la gallina, ciega al peligro sin método ni nada? Hemos de poner fin a un sufrimiento que hace de las gallinas instrumento de la naturaleza desatada.”
“Tiene razón”, responde el aludido, que es la puesta una empresa complicada para hacerla en un nido. Hay que abrir un centro veterinario, a modo de huevario, en el que sea la puesta controlada y el huevo por expertos atendido.”
Buscar deciden, pues, a la gallina que a la puesta parezca más cercana, y resulta ser tal la Serafina.
El gato le pregunta:”Dime, hermana, ¿no notas de algún huevo la venida?” “Nada noto”-”¡Es puesta retenida!” “Hemos de proceder sin dilación. Estírate para la exploración” “¿Me siento así?”-”¡No tonta, boca arriba!”
Procede a desplumar el perineo (¡que vergüenza!)”Colega, ya lo veo. Con una lavativa y una infusión de hormonas adecuada habremos de inducir ahora la puesta; y una vez dilatada, hacer palanca con una cuchara y recoger el huevo en una cesta” (Hubo de dar el gato una tajada, porque, si no, no entraba la cuchara)
Ya se extiende la voz:¡Por fin la ciencia da respuesta a este problema diario! Las gallinas, con suma diligencia
acuden al huevario. Y es fama que de ciento que allí ponen son las cien boca arriba desplumadas, las noventa tajadas, las cincuenta inducidas, cuarenta instrumentadas, y algo más de treinta salen con un buen corte en la barriga.Tan solo una recela: nuestra amiga que iniciaba esta historia. Porque es gallina vieja, que ya ha puesto mucho huevo en la vida, y todo esto le huele más a esclavitud que a gloria.
¿No ha de tener mi cuento moraleja? Hela aquí: Mujer, no seas gallina, y si lo eres, sé gallina vieja. Pregunta al que entusiasta te aconseja métodos tan científicos y nuevos. “¿Ayudas tú en verdad a la gallina, o sólo vienes a tocar los huevos?”
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[…] ni de internet) sin embargo el proceso de cambio es imparable, como decía aquel poema “Mujer no seas gallina y si lo eres se gallina vieja” Infórmate y decide, creo que es el mejor consejo que las mujeres podemos susurrarnos unas a […]