Atendemos en los últimos tiempos a un cambio sin precedentes en el mundo islámico. Túnez encendió una chispa en Oriente Próximo y en los países del norte de África. Las revueltas en las calles tunecinas, alimentadas por la subida de los precios de los propios alimentos básicos acabaron por derrocar al presidente de la república Ben Ali. Ha sido como el inicio de una rebelión que va más allá de las fronteras de un país. Egipto «padeció» también la presión de su pueblo que acabó también con la salida del país del presidente Hosni Mubarak.
Libia sigue el mismo camino que Túnez y Egipto, Gadafi se aferra al poder en contra de su pueblo y allí las protestas empiezan a ser de gran magnitud, oyendose ya los cantos de sirena de la temida guerra civil. A sus ciudadanos no les importa, sólo quieren el cambio.
No son estos los únicos países con problemas, Argelia ha tenido violentas manifestaciones opositoras al régimen, en Jordania se protesta por las subidas de precios y la corrupción política, Siria clama contra el gobierno de Bashar Al Asad, el pueblo Iraní se rebela también contra su dictadura, Bahréin yace contagiado de sus vecinos islámicos y hasta Marruecos empieza a inundar sus calles de ciudadanos hastiados de su forma de vida.
¿Por qué se encendió esa chispa que avanza a vertiginosa velocidad de un país a otro? La vida. La mierda de vida para ser exactos que tienen los ciudadanos de estos países. Nos quejamos nosotros -privilegiados- del paro, del trabajo, de la situación económica, de la corrupción y cientos de cosas más. Nada comparado con el problema que tienen estas personas ancladas a una vida de mierda bajo el yugo de su dictador. La máxima del poder controlado por unos pocos para aprovecharse del resto, cobra aquí su máxima expresión. Nuestros problemas se multiplican por mil, nuestros desengaños con el poder allí son el pan nuestro de cada día. Aquí se disimula, allí no hacía falta hasta ahora, los Gadafi, Mubarak, Ahmadineyad y compañía han oprimido a sus pueblos hasta la extenuación y sólo ha hecho falta un ejemplo de éxito para que los pobres diablos que allí padecen, prefieran morir a seguir soportando la esclavitud que les ha sido impuesta. Ha sido la chispa de la vida la que ha encendido los ánimos en esta parte del mundo, las ganas de vivir dignamente y el hastío hacia el poder establecido.
¿Hasta dónde llegará el incendio? Quien sabe. El run-run de que nuevos países se sumarán a estas rebeliones civiles no cesa. La gasolina y el gasoil subirán con fuerza en los próximos meses y no sabemos hasta donde. Los precios de los alimentos básicos golpean con fuerza a las economías más débiles, provocan hambre y muerte, y en la desesperación todo es posible, sobre todo con la esperanza del que ha visto caer al yugo del vecino. Agárrense fuerte que esta sacudida parece de las de órdago, el mundo occidental debería tomar nota y empezar a apaciguar estados y países, pero no a costa de cualquier cosa, aquí los malos no son los que se revelan, los que se revelan son los pobres diablos que no tienen esperanza. Aquí los malos son los corruptos, los dictadores, las mafias de poder, los jetas, los aprovechados, los mangantes, los sinvergüenzas… y de estos, cuidado, que los hay en todos lados.
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