Recuerdo cuando las cosas eran diferentes. La percepción del tiempo se gana con la edad. Antaño, quizá hace tan sólo unos pocos años, pasaba desapercibido cuando en nuestra inconsciencia de juventud nos creíamos inmortales, cuando el tiempo no era más que una fina sensación de búsqueda de situación en la vida, cuando lo único que nos preocupaba era el ansia de que llegará el momento. Diferentes momentos para diferentes personas, pero ansia por vivirlos y disfrutarlos, esa era nuestra percepción del tiempo.
Los años pasan y las percepciones con ellos. Seguimos buscando el disfrute de los momentos que están por llegar, pero ya no tenemos la misma ansia por que se produzcan, preferimos que las horas y los días pasen con más lentitud. Nos cercioramos de que el tiempo pasa en nuestra contra y en la de aquellos que siempre fueron nuestra identidad, nuestro ejemplo y admiración que libran ahora su particular batalla con el tiempo, cobrando tintes épicos de desigual desenlace.
Somos breves y nos cuesta darnos cuenta de ello. Cuando un hombre descubre por fin la insoportable levedad del tiempo es cuando aquellas personas que fueron admiradas por su resistencia, por su inteligencia, por su bondad, por lo que sea, empiezan a decaer, empiezan a mostrar signos de flaqueza. El tiempo gana todas las batallas y algunas dejan largos campos sembrados de dolor.
Los intocables caen, los superheroes de la infancia decaen, los seres queridos siguen siéndolo, pero no es igual, el tiempo lo cambia todo y aquí estamos nosotros para percibirlo, para sentir intensos pinzamientos de dolor, similares a breves punzones helados introduciéndose con rencor en nuestros frágiles corazones, cuando descubrimos que algún día tendremos que enfrentarnos cara a cara con él. Y como ha pasado durante decenios, durante centenios, la batalla la tenemos perdida antes de que se produzca. ¡Insoportable!
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