La transparencia es una de las consecuencias políticas del incremento de la madurez democrática de nuestras sociedades y de una renovada demanda moral y actitudinal que se le exige a la política en el cumplimiento de sus obligaciones y en el desarrollo de sus funciones. Y, también, un antídoto (o, al menos, una seria prevención) a las prácticas oscuras que rozan o cruzan la legalidad, vulnerándola.
En una sociedad decepcionada, crítica y muy informada, cada vez aparecen nuevas herramientas para monitorizar y fiscalizar las actividades políticas. Ausente la rendición de cuentas exhaustiva, los ciudadanos han pasado a la acción. Las tecnologías sociales y la trazabilidad digital de la mayoría de los actos administrativos, así como el ingente volumen de datos, referencias y menciones vinculadas a la acción política, permiten una cartografía constante, una observancia geolocalizada, personalizada y acumulada con una gran variabilidad de informaciones y visualizaciones gráficas.
Hay un ánimo fiscalizador por parte de la ciudadanía hacia la gestión política (dónde van mis impuestos, cuánto se gasta, quién, etc.) que se traduce en una eclosión de iniciativas cívicas que, aprovechando los márgenes y las grietas de la información pública , analizan, documentan y relacionan con un espíritu crítico, en algunos casos impaciente e insaciable. Hay nuevas oportunidades para la vigilancia: cocreación cívica, apps políticas, datos abiertos, experiencias de participación ciudadana… Todo evoluciona muy rápido, y cada vez con mayor aceptación y participación. La política vigilada debe ser un acicate para la renovación y un contrapunto para romper la fuerza y la exclusividad (y con ella, sus posibles déficits) de los partidos en el sistema democrático.
A menos transparencia, más vigilancia. A menos participación, más control. A menos rendición de cuentas, más fiscalización. A menos comunicación e información, más visualización y geolocalización. A menos democratización… más democracia. No hay vuelta atrás.
La política debe ofrecer herramientas de transparencia o debe aprovechar las herramientas e ideas creadas por la ciudadanía si no quiere perder su credibilidad.
Antoni Gutierrez-Rubí es asesor de comunicación y consultor político. Miembro de las principales asociaciones profesionales como ADECEC, EAPC, DIRCOM y afiliado al Col·legi de Publicitaris i Relacions Públiques de Catalunya. Desarrolla su trabajo en España y en Latinoamérica.Es profesor de los másters de comunicación de distintas universidades como la U. de Navarra, la Carlos III, la URJC, la Pontificia de Salamanca, la UAB, la UCM, la UIMP, la UPEC, el ICPS o el Instituto Universitario de Investigación Ortega y Gasset. Autor de los libros: “La política vigilada. La comunicación política en la era de Wikileaks” (2011) ; “Filopolítica. Filosofía para la política”; “32 Tendencias de cambio (2010-2012)”, junto a Juan Freire; “Micropolítica. Ideas para cambiar la comunicación poítica”; “Lecciones de Brawn GP. Las 10 claves empresariales para competir con éxito” y “Políticas. Mujeres protagonistas de un poder diferenciado”. Escribe habitualmente en El Periódico de Catalunya, El País, Público, Expansión o Cinco Días, entre otros.
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