Aunque hoy sea lunes, este post esta escrito el sábado, después de una buena sesión de siega, «atropo» y azadón. Con menos tiempo del que me gustaría dedicar, hace unos meses decidimos trabajar una pequeña huerta y plantar algún que otro árbol frutal más. Filosofía: Nada de química, insecticidas, pesticidas ni similares.
En la huerta desperdigamos por los bordes un compuesto biológico para quitar el hambre a los caracoles y que las lechugas y el resto de cultivos estuvieran a salvo de estos hambrientos animalillos. Como podéis ver en la foto que encabeza el post, de momento la cosa no ha ido mal. Las lechugas están para recoger y con una pinta estupenda y el resto veremos, poco a poco tendrán que ir madurando los calabacines, las fabes, patatas, fréjoles, cebollines, melones, frambuesas, fresas, zanahorias…
Con los árboles seguimos la misma filosofía: un poco de sulfato totalmente biológico. Aquí los resultados no han sido tan buenos. Por un lado tres ciruelos están abarrotados de fruta (foto adjunta), pero con el resto no va la cosa tan bien. Los melocotoneros algún fruto tienen, poca cosa y pocas hojas. Los manzanos, atacados por el pulgón, aún no atisban a dar ningún fruto. Los perales alguna tienen, pero pequeñita… Vamos que para el año que viene habrá que intensificar el abono y la sulfatación de los frutales. Al menos este año, ciruelas comeremos.
Salga la cosa mejor o peor, una experiencia totalmente recomendable y para una huertina pequeña, ni siquiera un prado hace falta, unas macetas, un rincón soleado en alguna ventana o balcón y veréis lo gratificante que es ver crecer día a día lo que habéis plantado con vuestras propias manos.
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