Cuando un «amigo» me convenció de pagar a Telefónica por el hecho de disfrutar de un teléfono móvil, de marca Panasonic, lo normal era mirar a los poseedores de este peculiar artilugio como apestados por el hecho de disfrutar de un avance tecnológico singular. Presumido, grosero e incluso grotesco eran los calificativos más decorosos que tenía que soportar (si los escuchaba) el poseedor de tan curiosa tecnología de parte del resto de viandantes, que ni por asomo acababan de comprender para que demonios nadie quería llevar un teléfono consigo mismo a todos lados. ¡Qué les voy a decir a ustedes de como es la cosa hoy en día!
Recuerdo también cuando se empezaban a generalizar los elevalunas eléctricos entre los coches de los españolitos de pro. «Semejante chorrada» ó «se estropea rápidamente» eran comentarios habituales entre los defensores a ultranza del darle a la manivela para subir y bajar las ventanas de su coche. Supongo que eran otros tiempos.
Hago memoria y me encuentro también con la panda de nostálgicos del vinilo. De esos todavía hay muchos, no les echo nada en cara, quede constancia, tiene su encanto coleccionar viejos formatos musicales con ruido de tormenta ahogada de fondo, sin duda. Me refiero al rechazo generalizado que provocó en su lanzamiento el cd a favor de los maravillosos vinilos de toda la vida. «Chorradas y excentricidades de esos gansos tecnólogos«.
Se me vienen a la cabeza multitud de ejemplos más. Podría rellenar varios artículos con las negaciones que se le han hecho a la tecnología en un país como este, España, que no es precisamente vanguardia ninguna de esta noble artesanía, que lo es, al menos del silicio. Debe ir en nuestros genes, debemos ser conservadores, que se yo, no soy sociólogo, simplemente constato un hecho: nos asustan los cambios tecnológicos, no los acogemos con frescura, con naturalidad, es más, nos posicionamos rápidamente en contra de ellos o como poco, rezumamos escepticismo creyendo que nos están vendiendo la burra.
De un tiempo a esta parte, con aquello «del Internet», como todavía alguno denomina a la red, he visto cargar contra el comercio electrónico: «Nunca triunfará en España». Contra las falacias que vierten al mundo todos los descerebrados que tienen un blog. También he oído decir que jamás estaría allí (redes sociales), para convertirse luego en el más empedernido «spameador» del lugar e incluso alguien fue capaz de decir que no escribía más porque los jodidos piratas de sus lectores preferían leer su libro de una manera que a ella no le gustaba (uff, cuantas pistas).
Hace tan solo cuatro años, muchos amigos y conocidos miraban hacia otro lado cuando les hablaba de las posibilidades que les brindaría disponer de una conexión a Internet en casa. «Rarito» les oía cuchichear a mis espaldas mientras sonreían con una mueca que intentaba disimular sus verdaderos pensamientos. ¡Oigan -les digo ahora-, déjenme trabajar, cierren sus facebooks, sus twitters y demás inventos, que no son horas!
También es mítico el «nunca tendré un ordenador en casa«. Oye, pero… ¿y tus hijos? «Lo que tengan que estudiar que lo hagan en la escuela» [típica frase de hijo vendedor de enciclopedias]. Ejem, gracias a ese que ya no conozco a nadie de esa guisa. Por suerte, solo era cuestión de tiempo, o de Facebook, según se vea.
¿Porqué nos cuesta tanto asumir los cambios tecnológicos? ¿Miedo? ¿Desconocimiento? Hoy en día hay varias industrias que se oponen al cambio efectivo en su manera de hacer las cosas. Estas tienen poder, tienen derecho a decir no a base de euros, dólares o lo que se precie, pero no nos damos cuenta de que los tiempos cambian y que nuestra televisión no volverá al blanco y negro. No hay vuelta atrás. Coge la ola o deja que la marea te lleve. Tu decides. Yo ya he decidido, por mucho que lo idolatré y lo elevé a los altares, ya no uso el ordenador que ilustra este artículo.
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