Amigos, estamos de enhorabuena, el verano es un hecho en nuestro país y con el llega la ansiada… canción del verano. Las radios se afanan en perforarnos los tímpanos día si y día también con unas cuantas «melodías» a cada cual más insulsa y estrambótica, buscando el fácil eco de la melodía machacona, simple y bailonga. La mezcla de pestilentes cancioncillas lleva a la desesperación a un asiduo de la radio en los desplazamientos, hasta límites insospechados de desear sintonizar Radio María, para evitar un repentino colapso por excesiva exposición a este tipo de música. Ya saben, más vale lo malo conocido…
Y este año estamos de doble enhorabuena. Otros años se nos torturó con chikichikis y otras gansadas similares, pero este año se han puestos serios y parece que la palma, por la cantidad de veces que suena en las emisoras españolas, se la lleva esa de la «mamacita y el tacatá». Indignado con la canción y por el simple hecho de documentarme, accedí a visionar el vídeo de tamaña impertinencia para el oído y el gusto y cual fue mi sorpresa que la dichosa cancioncilla repugna más viendo las contorsiones de las «mamacitas» de turno y del personaje que da voz a la tropelía. Al menos hasta los 40 segundos que fui capaz de aguantar.
No nos vayamos a poner sesudos con la música, que no es la cosa. Uno que escribe, ha oído en su vida de todo, hay ritmos facilones y bailables que entretienen sin más y entiendo que gusten más o menos. Otros ritmos pueden hasta repeler, pero por detrás se olfatea el intento de innovar o de crear cosas nuevas en un mercado, el musical, que lleva años a la deriva. Y luego está lo otro. El «tacatá» y compañía que eleva a la conciencia humana a la altura de mierda, con perdón.
Señores de la música, recapaciten un poco por favor, que no contentos con estas artes, que sin duda les reportan unos buenos dividendos (cosa que jamás entenderé), nos envían a una realidad paralela en la que el mismísimo Alejandro Sanz, entre otros, se permite darnos consejos a los españoles sobre el buen uso de las redes sociales. ¡Él! Van a tener razón los Mayas…
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