Amanece en un pueblo de León, hace frío claro, que va a hacer, esto es la España profunda. La tranquilidad debería inundar el ambiente, pero de eso Pablo sabe bien poco. Su timbre de voz recién adquirida y su parloteo a media lengua unido a la de ciento un juguetes ruidosos y estridentes (ahora oigo sin parar el «agradable» traqueteo de una máquina de tren con su correspondiente bocina) acaban con toda posible relajación y armonía con la naturaleza. Son los daños colaterales de mis sobrinos, la parte mala de la alegría que estos días ofrecen a toda la familia.
Sin embargo hay cosas mucho más exasperantes aquí en la España profunda, sobre todo si tienes algún tipo de inquietud que requiera tener que conectar a Internet de alguna manera. La brecha digital aquí es un pozo sin fondo, a las puertas del 2009 no se sabe en este pueblo que es un adsl, claro total para 140 personas empadronadas para que hacer esfuerzo alguno. ¿La TDT? Ni sufriendo el apagón analógico el año 2020 se disfrutará de TDT por estos lugares, total por 140 empadronados que no vean la televisión…
Y que decir de la fantástica conexión móvil 3G con la que las operadoras nos dan el tostón a diario, vendiendo el oro y el moro a unos precios abusivos, con claúsulas de permanencia sangrantes entre los 18 y 24 meses. Aquí no hay 3G, y la conexión de GPRS que detecta no es para pagar por ella, es para que la teleoperadora de turno pagara a todos sus usuarios por el deplorable servicio que ofrecen.
Aquí todo va al tran tran y así seguirá porque no hay rentabilidad alguna que pueda ofrecer a esos 140 empadronados un servicio digno de Internet. Claro que el problema real es que en la España profunda, hay unos cuantos cientos de pueblos en la misma situación del que les relato, juntándolos todos, unos cuantos miles de personas que tecnológicamente tienen que vivir en la edad de piedra por el concepto «rentabilidad». ¿Y el gobierno para qué está?
Sin Comentarios