Dicen de este país que se va al garete, económicamente hablando. No me extraña. Este fin de semana lo hemos ocupado en parte en conocer algo más de esa España de contrastes y hermosos parajes que se agolpan ante las miradas de los turistas 20.11, los turistas de este año dos mil once en el que nos encontramos.
Ávila es una bonita ciudad que conserva la esencia de otros tiempos. Rodeada en parte por una magnífica muralla permite que al caminar por el interior de la ciudad, podamos sentir a caballeros y doncellas de otra época junto a nosotros.
No es su belleza lo que más me ha llamado la atención este fin de semana, sino otras dos cosas muy diferentes. Por un lado, Ávila hace honor a su fama de ciudad fría. Cuatro grados bajo cero y una sensación térmica muy inferior hicieron que diéramos por terminada nuestra visita antes de tiempo. Era marchar o correr peligro de congelación. La decisión fue sencilla.
Por otro lado me llama la atención que este, un país turístico por naturaleza, se empeñe en hacer que cada vez se viaje menos. Tres ejemplos. Uno. Me llama la atención una libreta, la verdad es que muy bonita. Miro el precio. 20 euros. La iba a comprar hasta que pensé… ¿cuándo en toda mi vida he pagado unas 3.300 pesetas de las de antes por un artículo de este tipo? ¿Estamos locos?
Dos. Cena. Un sándwich mixto, plato combinado con 3 mini croquetas, lechuga, dos lonchas de jamón york y 8 calamares (combinado de calamares), dos coca colas y un vaso de leche dieron el montante de 38 euros. Sin comentarios.
Tres. Desayuno. 20 euros. No hace falta que les cuente. ¿20 euros?
Este el turismo 2o.11, un turismo caro, desproporcionado y que provoca que cada vez se pueda salir menos de casa, que es donde vemos en telediarios, los lloriqueos de hosteleros varios quejándose de la poca afluencia de personas a sus negocios. ¿Se extrañan? No tengo palabras.
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