Hacer el agosto, que frase más apropiada cuando de las vacaciones de verano hablamos. Nos encontramos en esa época en la que muchos hacemos nuestras cábalas y encajes de bolillos para buscar un lugar adecuado de vacaciones que no nos empeñe por el resto del año, que las cosas ya saben como están. En pleno proceso de investigación (en toda regla), me encontraba el otro día con una noticia que decía tal que así: «Los españoles necesitarían el 39% de su sueldo para alquilar una casa en la playa una semana«. Y me daba la risa, esa que sacas cuando lo que realmente te apetece es llorar.
Irte una semana a la playa, a un lugar no masificado, con una familia tipo compuesta por madre, padre y dos hijos, sin pensar en una mini-habitación de hotel de 10-12 metros cuadrados, tipo comuna japonesa, no sale por menos de 1.200 euros la semana en la mayoría de los casos, casos en los que se valora la salubridad y algún pequeño confort, nada cercano por cierto al lujo. De ahí para arriba. Y hablando de arriba, miro hacia arriba y leo de nuevo el titular y me vuelve a dar la risa, la misma de antes, esa que te sale cuanto lo que realmente te apetece es llorar.
Dicen que hay crisis y efectivamente la hay. Crisis de identidad y de honestidad. La ley de la oferta y la demanda manda y lo que en marzo cuesta 300 euros, en agosto no baja de los 1.000 y por redondear. Así ha sido siempre y no nos merece ni un segundo de atención el asunto. Cuanta más gente quiere algo, más caro vale. Recuerdo un día de no se que mes y de no se que año, que me sorprendió una nevada de esas como las de antaño. Parada en una gasolinera, que no llevaba cadenas y a por ellas. El amable empleado que me atendió, pretendía venderme a mí (y a otros cuantos más) las mismas cadenas que ayer valían (ficticiamente) 30 euros, por 150 euros. Si las quieres las tomas y si no las dejas. «Pá tu m…» Vuelta para casa y ya las compraré en otro momento. Ley de la oferta y la demanda. Ley de hacer el agosto a costa de los demás.
Volviendo a las vacaciones, me llama la atención en mi prospección de mercado, que una vez observado el precio medio del lugar para determinados servicios en determinada época, ya puedes ver la mayor pocilga o comuna de cucarachas que te puedas echar a la cara, que su precio sigue la misma tendencia que aquellos lugares en donde se puede decir que el servicio es bueno, malo o normal. Aquí no hay distinciones. Si yo tengo una cuadra y el hotel de enfrente pone el precio a 1.500, mi cuadra, con sus fantásticas heces de vaca y su estupenda falta de higiene por todos los costados, vale 1.500 euros. Ley de la oferta y la demanda de nuevo. Si la gente quiere cuadras, ¿por qué no se las voy a dar? A «milqui» además sube de caché y se convierte en un bonito apartamento a pie de playa… 10 metros hasta el coche, 20 kilómetros hasta la playa y otros 100 metros andando si has tenido la suerte de aparcar bien. A pie de playa, si.
Lo que realmente me hace más gracia del tema es que ya es la tercera o cuarta conversación en la que oigo que este año hay que ir de vacaciones a España por aquello de apoyar lo nuestro en tiempos de crisis. Esperen que me vuelve a dar la risa, esa, esa.
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