¿Qué ha pasado? El barco tenía rumbo fijo, lucía un sol espléndido y el viento era favorable. Navegávamos en calma y avanzábamos con rapidez. Antes los tiempos eran diferentes. Antes se miraba más en lo que se gastaba, había contención y se valoraba el activo personal, el ahorro. ¿Dónde quedó todo? Una televisión, una cadena musical, una moto, un ordenador… bienes preciados que costaba adquirir y que valorábamos de otra manera. ¿Por qué nos olvidamos de todo? No fuimos educados de esa manera. ¿En qué momento nos empezó a parecer normal cambiar de televisión cada dos o tres años, o incluso cada año si el avance tecnológico de turno nos hacía apetecible la compra?
La información es peligrosa. Desborda si no se utiliza con mesura. Nuestros padres valoraban las cosas de otra manera, intentaron inculcarnos valores de contención, pero llegó el acceso a la información y se reeducó a la sociedad. Las ofertas llegaban por todas partes. Nuevos productos, nuevas tecnologías, otras que quedaban obsoletas, el diseño cambia, el marketing funciona.
El Euro llegó a nuestras vidas en el momento preciso. Aquellos eran los años del cambio. Nos sentimos europeos, nos sentimos importantes. Ya no mirábamos a Francia, Inglaterra o Alemania desde abajo, entonces todos nos hicimos iguales en derechos y obligaciones. Unos con sueldos europeos y otros con sueldos a la española. Pero no nos importó, nos lanzamos al consumo desmesurado. ¿Por qué íbamos a ser menos nosotros? ¿Por qué no podíamos disfrutar de las mismas cosas? Todos europeos.
¿Y los bancos? ¿Quién levantó el banderín del todo vale? El precio del inmueble por las nubes, los salarios a la española y de repente, cualquier españolito de pro pasaba por su entidad y se sentía importante, el banco atendía sus peticiones y le daba dinero para el piso, para el coche, para la tele, para lo que quisiera. Daba igual, todo daba igual. Si no puedes pagar en 20 años, no te preocupes, paga en 40. Aceptamos el envite.
¿Y por qué no lo íbamos a aceptar? Muchos se daban cuenta de que vivían por encima de sus posibilidades pero, ¿por qué no teníamos derecho a disfrutar? La vida son dos días, dicen.
Es humano querer. Es humano también querer más de la cuenta. ¿Dónde está el límite? A mi izquierda, con 75 kilogramos de peso, 20 años de duros combates contra el pasado y la defensa más segura del cuadrilátero, el aburrido, el cansino, el muermo… el ahorro. A mi derecha, con 120 kilogramos de peso, cuatro combates de experiencia y el puño más rápido del circuito, el célebre, el divertido, el deseado… consumismo desaforado.
Combate desigualado. El mundo seguía tambaleándose mientras nosotros jugábamos a tenerlo todo, daba igual. Muchos no tenían nada, en contraposición, nosotros lo queríamos todo. Esta es la mayor injusticia, porque ante la igualdad de todos, ¿por qué no íbamos a desear nosotros disfrutar de la vida como mejor nos pareciera? Y a la mayoría le pareció que lo mejor era endeudarse hasta las cejas. Hasta que un día, alguien dijo basta. Y en esas estamos. Menudo problema. Todos quieren ahora lo que es suyo y estamos tan mal acostumbrados…
A mi que me perdonen. Necesito inyección de valores, honor y rectitud. Para mañana programo sesión de cine. Gladiator y 300. Romanos y Espartanos. Desconexión de la realidad. Para ustedes les dejo una lectura interesante: Burbujas históricas: tulipanes y los mares del sur.
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