Somos empáticos en la cercanía, aunque no siempre, pero la distancia nos abruma en según que cosas y no nos deja razonar con claridad para según que otras. Hay excepciones. No somos inmunes a todo. El espacio-tiempo conforma reglas hacia nuestras pautas de actuación. Las grandes desgracias acaecidas en un momento x de nuestro tiempo, suelen conmover y nos hacen reaccionar de una manera más adecuada, a pesar de la distancia a la que ocurra la catrástrofe. Sin embargo, las desgracias consolidadas en el tiempo, no tienen el mismo efecto. Paradoja espacio temporal digna de estudio para Sheldon Cooper y compañía.
En el año 2012, mientras unos intentamos adentrarnos en la social digitalización global para dar respuesta a los cambios sociales que se producen a nuestro alrededor y mientras decidimos la siguiente sandez que llevar a nuestra casa, 1.000 millones de personas se acuestan con hambre todos los los días, hecho este que produce entre otras cosas que cada cuatro segundos un niño muera en el mundo por causas prevenibles y tratables debido a una falta de atención básica de salud. Pero no es un terremoto, un tsunami, Fukushima ó similar lo que concentra esta barbarie en un periodo de tiempo acotado para que nuestra respuesta sea uniforme, no, es la normalidad, a la que nos hemos acostumbrado, la que todos permitimos y en la que no reparamos. En el tiempo en el que usted lector ha leído estos dos párrafos, han muerto en el mundo aproximadamente 15 niños.
Imagino que si cualquiera de nosotros, al menos la gran mayoría, se encontrara cuando sale de su casa a un niño retorciéndose en el suelo por el dolor, cercano a su muerte por hambre o enfermedad, no solo perdería el tiempo en auxiliarlo intentando llegar con él a un centro de salud o similar, sino que con toda probabilidad, muchos no nos marcharíamos de allí sin saber la evolución de los cuidados a los que nuestros médicos le someterían.
Pero como decía al comienzo, la distancia y la temporalidad nos confunden. Hay personas sin embargo que dedican gran parte de sus esfuerzos a intentar cambiar la situación. Un ejemplo es un viejo conocido de todos nosotros, el fundador de Microsoft, Bill Gates, entre otras muchas filantropías, permitidas por su acomodada situación financiera, anuncia en el Fondo Internacional de Desarrollo Agrícola que ha donado 200 millones de dólares para acelerar lo que él llama una «revolución digital» que termine con el hambre.
Con el objeto de «aliviar el sufrimiento en algunas de las partes más pobres del mundo«, Gates propone dejar atrás los métodos actuales para centrarse en prácticas innovadoras que solucionen la escasez de recursos, como por ejemplo las técnicas de secuenciación genética buscando transgénicos más resistentes a las condiciones extremas de estos países o el uso de imágenes por satélite para localizar con mayor exactitud campos agrícolas más eficientes.
A mi lo que me sorprende es que en la desidia general de la población, viene un tipo a intentar solucionar las cosas con su propio bolsillo y de inicio ya genera controversia. Que si transgénicos, que si no naturales, que si patatín, que si patatán. Lo que más me sorprende es que los del patatín y el patatán, poco o nada habrán hecho en lo que nos ocupa, pero para dar la murga, los primeros.
El tema transgénicos en general puede ser bueno o malo, no voy a entrar en materia, lo que me sorprende es la controversia que genera la filantropía. No se si se han dado cuenta ustedes de que la situación tiene que ser solucionada ya, si no lo han hecho, calculen el tiempo que llevan leyendo este artículo en segundos, divídanlo entre cuatro y cuando vean el número de niños muertos en el mundo, entre otras cosas por hambre, piensen un poco en ello. Piensen en que hacemos para solucionarlo.
Una vez pensado, dejen de pensar en si habría que hacer obras de ingeniería de esta u otra forma para llevar agua así o «asao». Piensen que hay que actuar ya, que no hay tiempo que perder. Y piensen que si nosotros no lo hacemos, al menos, no estorbemos a los que actúan para que la cosa cambie hoy, no dentro de 100 años. Piensen que si «su familia se muere de hambre, poco importa si el arroz que se llevan a la boca ha sido elaborado en un laboratorio«. Piensen que en 100 años, hay más segundos de los que entran en una calculadora de las de toda la vida.
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